jueves, 10 de abril de 2014

Less (Parte 1 de 2)






Los golpes se iban sucediendo uno tras otro, como siguiendo el compás de un metrónomo. Marcando el ritmo de una melodía, cuyas notas eran gotas de sangre, y la partitura las paredes de aquella habitación. Una especie de zumbido desagradable interrumpió, momentáneamente, aquella sinfonía de percusión.

     ¿Sí? —Era una voz femenina la que contestó la llamada. Tenía activado su dispositivo inalámbrico para acceder, de forma automática, a cualquier llamada entrante pasados diez segundos. —Me pillas en mal momento ahora, ¿te puedo llamar después? Ok, así quedamos.

El hombre, que estaba dando lo mejor de sí en su recital de golpes, se quedó desconcertado. Y no parecía ser de esas personas que se desconciertan con facilidad. Al contrario, las cicatrices de su rostro, la falta de algunos molares y premolares, una mirada capaz de atemorizar al mayor de los felinos, todo eso no se consigue desconcertándose con facilidad. El cuerpo le acompañaba, al menos para su cometido de sacar información a palos a la gente. Era un tipo de más de dos metros de altura y más de dos diez de envergadura. Sus brazos siempre llegaban a ti, por mucho que tú quisieras esquivarlos. Los músculos parecían cincelados por un escultor, uno de los buenos, uno de esos que sabe matizar cada recoveco para dar una sensación de poderío, de invencibilidad. Así y todo se quedó desconcertado. Justo cuando crees que lo has visto todo, parecía pensar, aparece algo como esto.

     ¿Vas a tardar mucho? Es que parece que tengo asuntos más importantes. Ojo, no es que no te valore, que lo hago, y mucho. He de reconocer que pegas bien, casi tan bien como mi sobrina de doce años. Pero el negocio es el negocio, y una no vive del aire. Bueno, al menos no solo de él, ya me entiendes. —La voz femenina desprendía seguridad en sí misma, firmeza, incluso sensualidad. Lo que no desprendía era miedo, o inconsciencia. Parecía estar justo dónde quería estar —  ¿Hola? ¿Te ha comido la lengua el gato?

El hombre la miraba anonadado. No sabía qué hacer, si seguir con la paliza, si contestarle, o si pedir cita a su loquero. ¿Cómo alguien, a quien le habían estado golpeando durante más de media hora, que está atado de pies y manos, puede tener esa parsimonia?

     ¿No? ¿Nada? ¿No te decides? A lo mejor no me has oído bien. Ven, acércate, cielo. —Le hizo un gesto con la cabeza, acompañando su propuesta.

Sin saber muy bien porqué, el hombre accedió a su petición. Se acercó, ese fue su primer fallo. Lo hizo poniendo su oreja cercana a la boca de la mujer, como desafiándola a que le repitiera toda aquella monserga, con la valentía inconsciente que te dan ciento veinte kilos de puro músculo. Y el hecho de tener a tu contrincante atado, eso también. Ella le mordió la oreja, con la fuerza de un cánido. Él trató de separarse al instante, pero la mandíbula de ella no parecía estar por la labor. El forcejeo de fuerzas opuestas acabó como suelen acabar estas cosas, una parte cedió, en este caso fue parte de la oreja del armario empotrado.

Gritó. Gritó con la fuerza suficiente como para hacer que todas las aves de varios kilómetros a la redonda huyeran despavoridas. La sangre brotaba con la misma fuerza, parecía que tenía un corazón acorde al resto de su musculatura. La miró con ojos vengativos, no de esos inyectados en sangre, no, aquello iba en serio. Su mirada no pretendía sólo asustar, aunque lo hacía de maravilla, era una mirada que no dejaba espacio para la duda, te iba a matar, y no de una forma muy agradable.

Embistió contra ella, cegado en rabia, dolor y furia indomable. Ese fue su segundo error. Ella tuvo la calma suficiente para volcar su silla en el preciso momento en que la mala bestia llegaba. La inercia hizo el resto, que no fue otra cosa que hacerle empotrar contra la pared. Ella había aprovechado, desde la llamada y durante toda la cháchara y el juego de distracción posterior, para dislocarse los pulgares. Le resultaba ya fácil, por la práctica y por las veces que se los había curado mal, tras las mismas veces que se los había roto. Con los pulgares aún dislocados, y sin mostrar un ápice de dolor, se deshizo de las ataduras de las manos y los pies.

Aprovechó que el hombre estaba aturdido en el suelo, del autogolpe que se había propinado contra la pared, para echar un primer vistazo en condiciones a la habitación. Otra persona en su lugar lo que habría hecho es atacar a su enemigo, beneficiarse del momento, pero ella no. Eso le parecía hacer trampas.

La habitación no era gran cosa. Y dudaba que lo hubiera sido nunca. Las paredes, ahora salpicadas con su sangre, estaban pintadas de una especie de amarillo feo y con ese tipo de pintura que simula gotas cayendo. Había un par de cuadros, uno de ellos pretendía representar un bodegón, una especie de bandeja llena de fruta. Le dio la sensación de que la fruta original debía estar al filo de la podredumbre, a la vista del resultado de la obra. El otro era un retrato de un señor, bien vestido, con un traje negro y camisa blanca, pañuelo rojo en el bolsillo superior de la chaqueta, a juego con la corbata. Muy repeinado, con patillas casi hasta el cuello y un bigote fino, que le hacía parecer mayor de lo que debía ser en el momento de ser retratado.

Unas sábanas cubrían el mobiliario, a excepción de la silla en la que ella había estado acomodada. A pesar de ello, se atrevió a especular. Intuyo un sofá de dos plazas y dos sillones. En el centro de la estancia  se encontraba, lo que decidió era, una mesa de comedor, rodeada por media docena de sillas. También había una especie de mueble, posiblemente uno de esos que servían para guardar las bebidas buenas. Del techo colgaba una lámpara, de las que están repletas de cristalitos y que tan horteras le parecían a ella. El polvo era el denominador común de toda la decoración. Lo cual hacía resaltar, aún más, lo evidente: que estaban en una casa abandonada. La falta de ruidos en el exterior, le indicaban que la casa estaba abandonada a las afueras de alguna ciudad, o directamente en una ciudad, o urbanización, desierta. El estilo del mobiliario le decía que, casi seguro, era una casa abandonada en el planeta Rho Setón.

El gigantón parecía estar despertando, o eso indicaban los sonidos que éste hacía. Lo miró. No se había fijado demasiado bien en él, estaba más pendiente de encajar los golpes. Era un tipo que, de no ser por lo trabajada (en el peor de los sentidos) que tenía la cara, podía haber sido atractivo. Aunque salpicado de canas, mantenía la práctica totalidad de su cabello rubio, el cual peinaba con una raya en el centro de la cabeza, que parecía hecha por un delineante o un ingeniero de caminos. Las orejas tenían el tamaño justo. Sus ojos, marrones, escondían un no sé qué, una especie de ternura reprimida, tras su mirada asesina. Su boca, partida por una cicatriz en el lado izquierdo, dejaba ver una maltrecha dentadura. Su nariz había sido operada no menos de cuatro veces, y parecía estar a la espera de una quinta. Por un momento tuvo lástima de él. Parecía un buen tipo. Uno de esos que tienen la mala suerte de su lado siempre. Nacen donde no deben. Se juntan con las personas que lo le convienen. Y acaban llenos de cicatrices y muertos prematuramente, abandonados en una cuneta cualquiera o en una casa abandonada.

Cuando su compañero de estancia se había incorporado por fin, y parecía dispuesto a continuar donde lo había dejado, volvió a sonar el molesto zumbido.

     ¡Qué! —Contestó ella, con una evidente indignación. Escuchó a su interlocutor y le hizo un gesto con la mano, alzando su dedo índice al gigante, y obsequiándole con una sonrisa a modo de disculpa. Este se quedó quieto, como los perros bien amaestrados, más por asombro que por educación. Ella se giró, dándole la espalda, para buscar más privacidad y continuar con la conversación— Lemmy, por todos los dioses, ¿no te he dicho que te llamaría luego? Ya sabes que ahora tengo otro asunto entre manos. Sí. Sí, lo sé. En cuanto acabé aquí te llamo. Vamos, Lemmy, no me jodas, ¿ahora estás llorando? Sí, ya sé cuánto me quieres. Sí… Cuelga…, luego te llamo. Adiós.

Miró al hombre y le volvió a sonreír.

     Disculpa. Era Lemmy, mi ayudante. Parece que no puede vivir sin mí. Bueno, ¿por dónde íbamos?

Aquella pregunta, cargada de ironía, hizo que el hombre despertara de su letargo. Fue como si, de repente, hubiera recordado el propósito de su visita a aquel lugar, con aquella compañía. Volvió a embestirla. Ese fue su tercer, y último, error. Ella le propinó una patada en la entrepierna que, al unir la inercia de la carrera de él a la de la pierna de ella, hizo que se doblara por la mitad con la misma facilidad que una brizna de paja en la mano de un niño. Ella aprovechó el movimiento de bajada para propinarle un golpe en la mandíbula, con ambas manos juntas y con un movimiento seco. Él comenzó a tambalearse, la miraba entre aturdido y consternado. ¿Cómo podía una mujer de poco más de cincuenta kilos hacerle tambalear? La respuesta era que ella era una maestra en varias artes de defensa personal. Había pasado muchas épocas de su, corta, vida en el Imperio Delta Tami, tomando clases de los mejores maestros. Estaba cerca de que la reconocieran como guerrera Oseb Henza, uno de los más altos honores.

Antes de que dejara de tambalearse y pudiera reaccionar, le propinó una patada (con medio giro de su cuerpo), en el cuello. Fue un golpe definitivo, y de una belleza plástica y una maestría digna de aplauso. La lámpara de cristalitos, y el resto de muebles, tuvieron la tentación de sacar unos carteles y puntuarla, nunca por debajo del nueve. El gigante cayó desplomado, cual tronco de árbol recién talado. Con ánimo más de dejarlo fuera de combate, que de rematarlo, le dio una patada en la cabeza. La que le dio en el estómago sí que fue por amor al arte, por darse el gusto. No había rencor en ninguno de los golpes que le había propinado. El rencor nunca era una opción para los luchadores de ninguna de las artes de defensa que ella había aprendido. Además, sabía que, en el fondo, el hombre estaba haciendo su trabajo, como ella.

Tras ponerle unos grilletes de gwyntiranio, uno de los metales más resistentes, tanto en manos como en pies, y comprobar que aún respiraba, llamó a su cliente.

     ¿Hola? ¿Rómulo? ¿Puede ponerse él? De parte de Less.

Rómulo, su cliente, era Rómulo Carriani, un teniente de la Guardia de la Républica de Ryk, en el planeta Terra Cota. Ella y él eran buenos amigos. Se conocieron en el ejército del Senado, en Tecnópolis. Ella estuvo allí con un contrato de tres años, y él ya era suboficial. Le tenía en gran estima, ya que siempre la ayudó. Incluso en momentos difíciles, como cuando la acusaron de insubordinación a un coronel. Acusación totalmente falsa, ya que había sido el coronel quién cometido un delito, acosándola sexualmente, y ella lo único que hizo fue defenderse y denunciarlo. Por ese orden. Lo cual no fue lo más inteligente, ya que el coronel necesitó más de cinco horas de cirugía para que su cara se asemejara lo más posible a cómo era antes de sobrepasarse con la chica equivocada.

Y Rómulo la ayudó. Él proviene de una familia acomodada y, porque no decirlo, con influencias. Su padre, Lippo Carrisi, es Senador del Sistema y vicepresidente de la República de Ryk. Lo cual en este caso, el tener más influencias que el coronel, era importante. Le buscó una buena defensa y, no sólo consiguió que retiraran los cargos contra ella, sino que condenaron al coronel por acoso, contra ella y contra otras doce chicas más. Ese era el principal motivo por el que había aceptado este caso, le debía una a su amigo.

     ¿Less? —Era la voz de Rómulo. Sonaba inquieto, emocionado.
     Hola Rom. Ya tengo lo tuyo. Atadito, ¿le pongo un lazo también y te lo envió como regalo?
     ¿Has conseguido dar con ese bastardo?
     Sí. No fue fácil, pero sí.

El bastardo en cuestión. El gigante al que Less había sometido y tenía apresado, era Leon Coh, un miembro de una de las familias mafiosas más importantes de todo el Sistema Psi Deral. Asentada en el planeta Cy Phoes, tenían negocios en los cuatro planetas.

     No sabes el peso que me has quitado de encima. —Daba la sensación de que Rómulo iba a romper a llorar.
     Lo sé, Rom, lo sé.

El tal Coh había matado al compañero de Rómulo en la Guardia de la República, Senn Totto. Ni siquiera fue una muerte por encargo, no es que de ser así hubiera tenido justificación alguna, el bueno de Senn se topó con Leon en una taberna. Se enzarzaron en una trifulca y Leon lo mató a golpes en el callejón trasero. Rómulo tardó en averiguar quién había sido el culpable. No por falta de testigos, sino por falta de alguno que quisiera contar lo que había visto. Una vez que tuvo la certeza, llamó a Less  y le hizo el encargo.

     Su familia te lo agradece. —Senn había dejado mujer y tres niñas— Y yo. Yo también te lo agradezco. Te debo una Less.
     No. No me debes una mierda. Tú me has ayudado siempre. Ni siquiera estamos en paz. Estamos lejos de estar en paz.
     Deja al menos que te pague.
     No. Éste corre de mi cuenta. El próximo ya veremos.
     Espero que no haya próximo.
     Yo también. —Soltó una leve risita que le contagió a su amigo— Bueno, ¿qué quieres que haga con él? ¿Te lo llevo ahí para que lo puedas interrogar a gusto y tenga un juicio justo?
     No.
     ¿No?
     No. Con gente como él es difícil que haya un juicio justo. —Su voz sonaba seria, apesadumbrada.
     Bueno, tú dirás entonces.
     Deshazte de él. —Había rabia mal escondida en esas tres simples palabras.
     ¿A qué nivel?
     A nivel molecular.
     Entendido, Rom. Espero que nos veamos pronto.
     Yo también lo espero. Al menos me dejaras pagarte unas rondas.
     Sí, eso siempre. —Ambos rieron fuerte, a modo de punto y final a la conversación.



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5 comentarios:

  1. Bueno, esta vez no te voy a dar las gracias por tu relato. Lo siento pero con este no he podido. Es algo personal, pero no puedo con la violencia física!! Y lo he intentado, con eso de : "espera un poco a ver...", pero es que lo describes con tanto detalle que me cuesta. Lo siento. El próximo, espero que me guste más. Un beso.

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  2. He estado un poco ausente pero hoy le he puesto ganas y me he decidido por una lectura un pelín diferente a lo que acostumbro... ¡Me ha gustado! Original, crudo y sobre todo, haces que sea sencillo meterse en la trama, lo cual agradezco mucho por no ser mi género favorito. Tendré que empezar a replantearme los gustos literarios ;-) Ah! Y compi, unos diálogos geniales (son mi punto débil) Creo que te pediré socorro en más de una ocasión ;-) Abrazucu de los míos desde Villa de Rayuela!

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    1. Eres bienvenida siempre que puedas o quieras. :-)
      Feliz de que te haya gustado y te haya entretenido. Y además voy a ser culpable de que te gusten otros generos! jejeje ;-)
      Me halaga que te pueda interesar mi ayuda, a tu disposición siempre que quieras. :-D
      Saludos y abrazos varios.

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  3. Boquiabierta. Voy a por la segunda parte.

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