jueves, 16 de enero de 2014

Un Hombre De Provecho

Tras un intenso forcejeo conseguí arrebatarle la pistola. La solté con la suficiente fuerza como para que la inercia la alejara de mi unos metros. Se trastabilló por el impulso, y después de tropezar con una mesita, a la que le arrebató la compañía de una lámpara cursi, cayó de bruces al suelo. Se levantó limpiándose la sangre con la que el golpe había adornado su boca.



- Le va a dar una alegría al Ratoncito Pérez. - Dije mientras le ofrecía mi pañuelo para que se limpiara.

- Al Ratoncito Pérez se lo comió mi gato. - Tras escupir las palabras hizo lo propio con su sangre hacia mi mano.

- Muy bien, chica dura, siéntese y charlemos.



Se sentó en un sillón de cuero marrón de diseño ricachón hortera, cruzó las piernas al estilo de una furcia barata y se colocó en la cara un gesto modelo enojo. Tendría unos veinte años, aunque a juzgar por su rostro y su cuerpo, las hormonas se habían tomado el trabajo con mucha calma y aparentaba poco más de catorce. Guiándote por su personalidad no le darías más de diez. Aún así era una chica guapa. Su pelo castaño, largo y rizado, cobijaba su aniñado rostro como una madre a su recién nacido. Tenía una boca mullida, acogedora, en la que uno estaría encantado dejando reposar sus besos. La mirada fría hacía juego con sus ojos oscuros, sin duda el agujero negro de todas sus vivencias.



- ¿Me va a explicar ahora a qué viene todo este jueguecito?



Permaneció en silencio. Si alguien hubiera entrado en ese momento, no habría sabido distinguirla del resto del mobiliario. Tenía la mirada fija en las cortinas del inmenso ventanal, como si estuviera contándoles los pliegues.



- ¿También se ha comido el gato su lengua? No se haga la ofendida, no engaña ni a las figuras de porcelana.



Lentamente, como si tuviera miedo de hacerse un esguince en el cuello, giró su cabeza y clavó su gélida mirada en mi.



- Un caballero como Dios manda no trata así a una dama. - Dijo ella por fin, modulando la voz hacia la escala dramática.

- Cierto, pero no veo a ninguno de los dos en este salón.

- ¿Sabe? No me gusta.

- En eso coincidimos, yo tampoco me gusto, pero se llega a acostumbrar uno.

- No se haga ilusiones. - El dramatismo daba paso al desprecio. Qué pésima actriz se estaba perdiendo el celuloide.

- Vaya, acaba de quitarle todo el sentido a mi vida. - Estaba claro que a mal actor no me iba a ganar. - Mire, a mi tampoco me gusta usted ni los de su calaña. Estoy harto de gente como usted que se cree superior a los demás por que tiene unos cuantos ceros más en la cuenta que yo.



Nadie nunca le había hablado así. Lo noté porque acababa de captar su atención, ahora su mirada era de interés.



- No me cae bien la gente rica, y menos aún los que han llegado a serlo por un golpe de suerte. Los pobres venidos a más. Esos son los peores. Y me caen peor cuando vienen a mi a que les saque las castañas del fuego.

- No se quejará del dinero que me ha sacado. Debería estar de mi lado, ¿no?

- Yo no le he sacado nada a usted. Me lo he ganado, hasta el último centavo. Y no, no debería estar de su lado. No me ha comprado a mi, ni mucho menos a mis principios. Porque aunque le cueste creerlo hay gente que tiene de eso. Mi lado es la ley, si bien es cierto que a veces camino muy al borde de ella.

- Pero, ¡teníamos un trato! - Dijo, en un intento fallido de provocarse un sollozo.

- Usted lo ha dicho, lo teníamos. Lo tuvimos cuando vino a mi, lloriqueando como un perrito abandonado. Temiendo por la vida de sus padres, según usted. Mostrándome unos anónimos más falsos que sus lágrimas.



Volvió al recuento de pliegues. Cambió de postura con otro cruce de piernas tan sensual como la sotana de un Obispo. Puso sus manos sobre la rodilla de la pierna derecha y las apretó con tanta fuerza que llegué a temer por su menisco.



- Pero el trato se acabó. Lo acabó usted misma. Yo no soy la coartada de nadie. No hay dinero suficiente como para comprame así. Ya ve, parezco un fracasado, un borrachín, y probablemente lo soy, pero no me vendo. ¿En serio creía que no me daría cuenta? ¿Tan mal detective le parezco? Por el amor de Dios, hasta un niño de seis años se habría percatado. Usted y su novio son unos chapuceros, le habría salido más a cuenta contratar a un matón en lugar de a un detective, al menos habría hecho un trabajo fino.



Me dirigí al mueble bar sin quitarle la mirada de encima. Ella permanecía quieta, con la mirada en la ventana, pero al acecho como una gata furiosa.



- ¿Tiene algo digno de ser bebido?

- ¿Qué le parece cianuro?

- No, gracias, no suelo tomarlo con el estómago vacío. - Dije mientras revolvía las botellas. - Escocés de veintiún años, creo que intimaré con éste. ¿Usted quiere algo?

- Que se vaya.

- Tranquila, no me pienso mudar aquí.



Me serví el whisky, doble y con hielo, y me senté en el sillón más cercano al de ella.



- Mire, monada, no se qué problemas tenía con sus padres. Vale que su padre era un cocainómano que pasaba mas rato en su mundo que en el nuestro. Vale que su madre era una alcohólica y que en sus ratos libres se había cepillado a media ciudad. Pero, eran sus padres. 

- Exacto, no sabe una mierda de mis problemas. Eso que ha dicho lo he venido viendo desde que empezaba a tener dientes. ¿Cree que es la mejor manera de criarse? ¿Cree que es la mejor familia posible? No sabe nada de mis problemas. - Por primera vez desde que la conocí sonaba convincente.

-Ya, y supongo que era mejor cargárselos antes que ayudarlos.

- Ellos no querían mi ayuda. No querían nada de mi. Dudo que me quisieran.

- Así que solucionó sus problemas y los de ellos de la manera mas drástica. Lo cual le viene de perlas a usted y a su novio, ¿no?

- ¿Cree que lo he hecho por el dinero? No me conoce.

- No, ni tendré tiempo de hacerlo.



Me levanté y me dirigí hacia el teléfono.



- ¿Qué va a hacer? - Dijo ella.

- Encargar unas pizzas. ¿Usted qué cree? Voy a llamar a la policía.

- Pero, ¡no puede hacer eso!

- No que quite el ojo y verá si puedo.

- No hay nada que yo pueda hacer para que no llame... - Ahora rezumaba erotismo por todos sus poros. Habría conseguido excitar hasta a un eunuco.

- No, no es mi tipo. - Y descolgué el teléfono.

- Vayase a la mierda, ¿sabe lo que le digo? Púdrase. - Casi consiguió ofenderme esta vez.

- Sí, como usted lo va a hacer en el penal.

- Saldré de ésta.

- Claro que sí, dentro de cuarenta años.



Mientras ella rompía en un llanto ligeramente más creíble que el que me regaló el día que la conocí, llamé a mi amigo Henry, de homicidios, para alegrarle el día con un caso de esos que tanto le gustan a él. Me serví un par de escoceses más mientras esperábamos a los chicos, y después me marché a mi despacho a apurarme un par de bourbon con el fin de olvidar las dos últimas semanas de trabajo y a recordar a mi madre diciéndome que estudiara si quería ser un hombre de provecho.



- Lo siento mamá, no pudo ser.




Foto sacada de Google

No hay comentarios:

Publicar un comentario