viernes, 10 de enero de 2014

La Puerta Del Horizonte (4 de 4)

El camino hasta ahora... (1), (2) y (3).









Desde luego no estaba en el estudio de Gomez-Delvalle, eso estaba claro. Más que nada porque estaba en medio de la nada. Aquello parecía un páramo, o al menos él se lo imaginaba así, ya que nunca había estado en ninguno. Caminó hasta encontrar un emplazamiento algo más elevado, con la esperanza de divisar algún lugar reconocible o cualquier tipo de zona habitada.

En la lejanía, según sus cálculos a un par de kilómetros, se veía algo parecido a un pueblo. No distinguía ningún edificio alto, así que debía ser un pueblo. Fue caminando hasta él. El camino estaba adoquinado y era más bien recto, salvo un par de curvas en forma de ese. El paraje a ambos lados era desértico, el terreno parecía arcilloso en algunos lugares. A la mitad de la distancia, más o menos, un ruido le sobresaltó. Miró al cielo y no podía creer lo que estaba viendo. De hecho, se frotó un par de veces los ojos y se pellizcó. Aquello seguía desplazándose por el cielo así que, debía ser real, por mucho que discordara con el resto del paisaje. Era una especie de aeronave, no demasiado ruidosa, pero si lo suficiente como para notarla desde el suelo. De un tamaño intermedio, algo más grande que una avioneta, más o menos como un avión privado. O como él creía que debía ser un avión privado, según lo visto en las películas. El diseño era mucho más moderno, eso sí. Aún con la boca abierta, la vio desparecer en un abrir y cerrar de ojos. A una velocidad inusitada.

Tras poco más de media hora caminando llegó a su destino. Lo que vio allí le turbó más. La discordancia entre la nave y el pueblo era ahora mucho más evidente, mucho más grande. La mayoría de las casas parecían estar hechas de adobe, aunque no era un experto en arquitectura, ni albañilería. También había algunas construidas con piedra, pero eran las menos. A la entrada del poblado se encontraba lo que a todas luces era una especie de templo. Majestuoso, sin duda. Con unas columnas que parecían perderse en el cielo. También había alguna estatua, suponía que representando deidades. Le resultaba apasionante, a la par que inquietante y sospechosamente familiar.

La imagen que divisó a lo lejos, más allá del pueblo, terminó de rematarle. Eran dos pirámides inmensas y, aunque estaba a una considerable distancia, parecían estar en perfecto estado, como recién construidas.

Después del shock, comenzó a fijarse en la gente, en los lugareños. El aspecto de la mayoría era bastante similar al suyo, no en las vestiduras, las de ellos eran muy livianas, de lino, acordes con el clima que reinaba. El aspecto físico sí que se asemejaba a los humanos. Si bien es cierto que había unos cuantos con el cráneo ligeramente cónico, a falta de una palabra mejor. También los había, aunque eran los menos, que tenían como cabeza la de algún animal. Una mezcla de lo más variopinta.

No demoró más tiempo lo inevitable y se decidió a preguntar. En ese momento se dio cuenta de a él también lo miraban con extrañeza.

     Disculpe… —Se dirigió al primer transeúnte que se encontró. Este dio un respingo, como falto de costumbre de ser abordado en plena calle.
     Eh… ¿Sí? ¿Es a mí? —El hecho de entenderlo y ser entendido ya ni siquiera le asombró. ¿Por qué no iba a ser así?, pensó. No era ni remotamente lo más raro que le había pasado o visto.
     Sí. A usted. —No se atrevió a decantarse ningún género, ya que todavía no tenía claro si era hombre o mujer, o cualquier otra variedad. — ¿Sería tan amable de indicarme dónde estoy?
     ¿En qué sentido? —La voz empezaba a hacerle decantarse por el género masculino. No arriesgó de todos modos. Siguió con el lenguaje neutro.
     Me refiero a que si sería tan amable de decirme en qué lugar me encuentro.
     ¿Con respecto a qué o quién o cuándo?
     A todo en general. —Fue lo máximo que pudo decir, se sintió abrumado por tanta pregunta existencial.
     Bueno, pues nos encontramos en la ciudad de At Rhibis, en el reino de Firon, en el planeta Terra Cota, dentro del sistema solar Psi Deral. Y el año de este planeta es el diecisiete mil doscientos veintinueve de la tercera era. El año global no lo recuerdo ahora mismo, lo siento.
     ¿Qué? —Podía haber esperado infinidad de respuestas pero, desde luego, esa no era una de ellas.
     Que nos encontramos en la ciudad de…
     Sí, le he oído, gracias. —Le interrumpió— ¿No estamos en la Tierra entonces?
     En Terra Cota, sí.
     No, me refiero a la Tierra. Ya sabe, la Tierra de: Mercurio, Venus, la Tierra, Marte… —Aquello pareció hacer sonar una campana en la cabeza de su interlocutor. Terminó de atar cabos.
     Espere aquí. —Dijo, y sin apenas dar tiempo a Pablo a contestar se marchó con paso firme y ligero.

Lo vio alejarse y entrar en uno de los edificios más grandes, de los que estaban hechos con piedra más que de adobe. Al no saber cuánto iba a tardar buscó un lugar más resguardado del sol. Se fijó bien, no parecía ser un único sol, aunque bien es cierto que mirar directamente le deslumbraba. De todos modos le daba la impresión de ver dos soles. Los lugareños no parecían prestarle mucha atención, cada uno iba a sus cosas. Unos trabajando, otros de compras, alguno incluso parecía llevar algún tipo de aparato reproductor de música, si es que eso era posible, que ya no descartaba nada.

Pasados unos diez minutos regresó su interlocutor, acompañado de otro ser, ¿persona? Se le acercaron. El que ya conocía fue el primero en hablar.

     Este es Hem, y yo soy Eudor, que antes no me presenté.
     Encantado, yo soy Pablo.
     Le he explicado a él lo que me ha contado. —Continuó sin dar más importancia a quién era cada uno.
     Ajá.
     Estamos asombrados. —Habló Hem por vez primera, su voz era grave, pero amable. Desprendía sinceridad.
     ¿Y eso por qué?
     Bueno… No pensábamos que siguiera habiendo vida allí. Aunque es cierto que hace mucho que no vamos por ese sistema solar.
     ¿Eh?
     Sí, hemos estado viajando a lo que usted llama Tierra, durante milenios, pero ya hace varios cientos de años que nos prodigamos menos. Hasta el punto que yo creía que ya se habrían aniquilado los unos a los otros…
     Bueno, pues ya ve que no. Y, la pregunta es, ¿me podrían ayudar?
     Sí. Y, nuestra pregunta es, ¿cómo ha llegado aquí?

Pablo les explicó toda su aventura, sus saltos temporales, no sabía muy bien si, también, entre universos paralelos,  y ahora aparentemente, siderales. Hem y Eudor le escuchaban con atención, aunque a veces, por sus gestos, parecían no creer lo que escuchaban, aunque la evidencia era clara: Pablo estaba allí. Y no había noticias de la llegada de ningún tipo de nave no reconocida.

     ¿Pueden ayudarme entonces? —Concluyó.
     Podemos y lo haremos.
     Gracias. —Sonrió.
     No se merecen. Lo haremos a la vieja usanza.
     Lo cual significa…
     Venga con nosotros.

Lo llevaron a uno de los edificios, posiblemente al que entró anteriormente Eudor para buscar a Hem. Le hicieron pasar a un cuarto, y le indicaron que se sentara.

     Muy bien Pablo, ¿preparado?
     Claro. ¿Me va a doler?
     No.
     ¿Qué van a hacer? ¿Algún tipo de conjuro?
     ¿Conjuro? No, no vamos a curarle un dolor de cabeza. —Ambos lugareños rieron. Pablo intuyó que de él. —No, vamos a devolverle como hemos hecho siempre.
     ¿Y eso es…? —Notó un fuerte pinchazo en la nuca, aguantó el grito y cerró los ojos.

Sonó una especie de campana o timbre. Era repetitivo y cansino. Abrió los ojos para ver de qué se trataba. Al abrirlos sintió un sudor frío por todo su cuerpo. Lo que sonaba era su despertador, y lo que veía a su alrededor era su cuarto. Esta vez no tenía dudas, era su cama, su ropa tirada por el suelo y sobre una silla… Era su cuarto, sí o sí. Miró la hora, eran las siete  y cuarto de la mañana. Cogió el móvil para mirar la fecha era el día diez de enero de 2014. Pero… No podía ser, el día diez de enero era la fecha en la que él iba a realizar su conjuro. ¿Había sido todo un sueño? Quizá sí, aunque sentía ligeramente entumecida su nuca, en el lugar donde había notado el pinchazo. Sin embargo todo lo demás indicaba que no se había movido de allí. Sí, debió ser un sueño, era lo más plausible. Lo que sí tenía claro ahora era que, ni por asomo iba a realizar el conjuro. Que el horizonte se quede donde está. Que el misterio permanezca oculto, que sea otro el que lo desvele, si quiere. Él, desde luego, no iba a arriesgarse a que lo que había soñado se convirtiera en realidad.

Mientras tanto, al otro lado del universo, en el sistema Psi Deral, Hem y Eudor trataban de encontrarle explicación a la aparición de aquel hombrecillo.

     Es increíble, ¡con un conjuro! Sólo espero que no se le ocurra a nadie más. Lo único que faltaba es que se nos llenara esto de monos sin pelo…
     Ya te digo Eudor… ¿Lo comunicamos a las autoridades de Tecnópolis?
     No, creo que lo mejor es que, de momento, quede entre nosotros.
     Sí, será lo mejor… ¿Nos hacemos unas gordas ahí, en lo de mi cuñado?
     ¡Sean!

Y ambos se marcharon a tomarse unas pintas a la taberna del cuñado de Hem.



FIN


Foto cortesía (una vez más) de Diego Escolano


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