viernes, 31 de enero de 2014

La Playa

La luz de la luna iluminaba sus recuerdos como si de un reflector se tratara. Había ido a dar un paseo nocturno por la orilla del mar. Era algo que siempre le había gustado. Estar a solas con el oleaje y con sus pensamientos. Por eso no lo solía hacer en verano, era más difícil estar a solas allí. Sólo había compartido aquellos momentos íntimos con una persona, con el gran amor de su vida.





Pero aquel día estaban solos él y su gran confidente: la playa. Otra gente consultaba las cosas con la almohada, el prefería desplazarse hasta allí y contarle sus penas y sus alegrías. Sentir cómo la brisa le acogía entre sus brazos y le prestaba su hombro para llorar. Escuchar a las olas reír con sus alegrías. Ver como la luna se escondía tras alguna nube corroída por la envidia.





Recordaba el día que les fue a contar que había encontrado a la mujer de su vida. Ese día no se lo quiso perder nadie. Allí estaban las olas que se acercaban a la orilla a escucharle y se volvían mar adentro a adelantar la historia a aquellas que aún no habían llegado. La arena acariciándole sus pies desnudos, para que se sintiera más cómodo. El salitre, fundiéndose con su piel en un fraternal y cómplice abrazo. La luna, observando atentamente desde su posición de privilegio. Todos se alegraban por él. Por su buena nueva. Aunque él aún no había dado el paso definitivo, aún podía irse todo al traste, pero nadie lo comentó en aquel momento. Era un momento de alegría y felicidad que todos quería compartir como se merecía.





Les contó todo con pelos y señales. Cómo la conoció en un cursillo al que le habían enviado los de su empresa. Cómo nada más verla se sintió estremecer. La sangre se le heló y le hirvió a la vez. Su corazón daba saltos de alegría, como nunca antes había hecho. Su cerebro estaba obnubilado y sólo podía asentir. Todos se unificaron en un único grito: ¡es ella! ¡No la puedes dejar escapar! Pero su voluntad parecía haberse tomado el día libre. Aquel día sólo pudo observarla, ni siquiera recordaba nada de lo que se explicó en el curso. Luego, junto con algún compañero, la siguió a una cafetería. Tampoco hizo nada allí, mas que memorizarla y escuchar su voz. No perdía detalle de nada, hasta del más mínimo parpadeo disfrutaba.





Afortunadamente el curso se prolongaba durante una semana. Tuvo tiempo de recuperar la voluntad y por fin se atrevió a hablar con ella. No le sorprendió que fuera un encanto. No podía ser de otra manera. A los pocos minutos de hablar parecía que se hubieran conocido de toda la vida. Incluso era como si se conocieran de otras vidas. Se sentía cómodo con ella, y lo que era mejor, todo apuntaba a que ella se sentía igual con él.





En los pocos días que quedaban de curso se hicieron inseparables. Pero sólo se habían visto allí. Él dudaba de que después se pudieran ver de nuevo. Era inseguro, muy inseguro. La vida le había hecho así, según él. Quizá sólo me vea como un compañero de curso, como un amigo, pensaba. El último día él estaba muy nervioso, sabía que no la quería dejar escapar, pero no tenía claro que la pudiera “retener” a su lado. Cuando acabó la última clase ella se acercó a él. Ambos se despidieron con dos besos, y ella le deslizó un papel en el bolsillo de su camisa. Le miró, le guiñó un ojo, y sin mediar palabra se marchó. Él tardó en reaccionar. Tan pronto como se sobrepuso miró el papel. Era su número de teléfono acompañado de una sola palabra: llámame.





El ataque de nervios no se hizo esperar. Por eso volvió a ir junto a sus mejores amigos, a la playa. Sabía que el lugar donde se sentiría más suelto, más arropado, sería allí. Tras ponerlos a todos al día con las novedades, sacó su teléfono. Suspiró y sintió como todos sus amigos estaban con él, apoyándole en aquel momento tan importante. Y la llamó.





No hubo nada de nervios. Al contrario, se sentía igual de suelto que los días pasados, o más. Después de conversar un buen rato sobre temas de lo más variopinto, concretaron, por fin, una primera cita. Fue uno de los días más felices de su vida. O mejor aún, fue el comienzo de los días más felices de su vida. Y lo había compartido con la playa, con sus fieles amigos.





También compartió aquella primera cita. Después de cenar y tomar alguna copa la llevó allí. Quería que la conocieran. Que le dieran el visto bueno. Aunque sabía que se lo darían. Por eso eran amigos. Pero sentía que debía llevarla allí. Y así lo hizo.





De eso hacía ya más de veinte años. En todo ese tiempo habían pasado muchas cosas. Había sido muy feliz con su amada. Aunque también habían tenido algunas crisis, como en toda relación de pareja. Pero acababan solucionándose, en muchos casos en aquel lugar. Dando un paseo por aquella orilla. Puede que al principio algo enojados y discutiendo, pero al final siempre acababan con sus manos juntas, sintiendo aquella compañía tan fiel, aquella amistad tan duradera, tan imperturbable, tan cómplice. Así era su amor: duradero, imperturbable, lleno de complicidad...





Todo aquello le vino a la mente aquel día. Dando su paseo junto a su amiga la orilla. En una soledad aparente, pero con la compañía de los suyos. Por fin se despidió de todos ellos, con la promesa de un pronto retorno, aunque no hacía falta. Todos sabían que sería así. Encaminó sus pasos hacía el coche. Una vez allí, se calzó sus deportivas y se marchó a casa, con las ventanillas bajadas. Para poder sentir un rato más el salitre, la brisa, el sonido lejano de las olas...





Al llegar a casa fue encendiendo y apagando luces hasta llegar a su dormitorio. En él entró con la luz apagada, con el mayor de los sigilos. Se acercó a la cama y tras besarla le susurró: te quiero más cada día, vida mía. Ella no respondió. Su respiración indicaba que dormía profundamente, pero desde la sonrisa que se le dibujó en la cara se escapó: yo a ti también, mi amor.



Foto de Diego Escolano

6 comentarios:

  1. Me ha encantado. Muy muy muy bonito!

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    1. Me alegro que te haya gustado, Marta, siempre son bienvenidas tus palabras.
      Muchas gracias, un saludo!

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  2. Yo también quiero un amor así!Bella historia,sabe dios que si.:)).Abrazos

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    1. Muchas gracias, Paula. Un placer que te haya gustado.

      Saludos!

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  3. Muy bien desarrollado. Una lectura que te atrapa desde el comienzo y te fascina al final. Saludos.

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    1. Muchas gracias, Mirta. Son siempre muy amables tus palabras.

      Un saludo!

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