miércoles, 29 de enero de 2014

Confortablemente Adormecido



La sensación es placentera. Un placer inexplicable. Sobre todo teniendo en cuenta que hace mucho que no noto ninguno de mis miembros. Ni siquiera noto mi propia respiración. Sí oigo, sin embargo, todo lo que ocurre a mi alrededor. También puedo ver, aunque lo que veo es muy monótono. El techo de una habitación, y unos tubos fluorescentes, uno de ellos con un parpadeo de lo más incómodo. Esa es  toda la película que puedo disfrutar desde mi posición actual.

Los recuerdos anteriores a mi estado actual son vagos. Sé que estaba de acampada con unos amigos en los bosques de Shimwood, en pleno corazón de Senaye, en el planeta Rho Setón. Uno de los cuatro planetas del sistema Psi Deral. Nosotros vivimos en Cy Phoes, pero los bosques de Rho Setón son más frondosos. También sé que salimos, después de más de cien objeciones mías, a buscar bichos raros.

     Vamos, David, no seas gallina. —Me dijo Arsenio, tratando de convencerme.
     No es de ser gallina, es que no me gustan los bichos.
     ¿Entonces para que narices vienes a una acampada? Si algo hay en el campo son bichos. —Esta vez era Mónica la que daba su punto de vista.

Recuerdo que el razonamiento me dejó sin contestación alguna. Tenía toda la razón del mundo. Era como ir a la playa y pretender que no hubiera agua salada.

Partimos pues, incluido yo, que no quería hacer más el ridículo, ni seguir siendo la comidilla del grupo. Si querían hablar de mí, que fuera en mi presencia. Estuvimos toda la mañana dando vueltas, yo diría que en círculos, porque había algunos arbustos que parecían aguantarse las ganas de saludarnos, tras la quinta o sexta vez de pasar junto a ellos. Tuve suerte, ya que no la tuvieron ellos. No encontramos bicho más raro que alguna hormiga común y un par de abejas despistadas.

Otro recuerdo que me viene a la mente es que, ya bien entrada la tarde, tuve que ir urgentemente a aliviar mis necesidades fisiológicas. Busqué un lugar lo suficientemente íntimo, pero desde dónde yo tuviera visual y pudiera escuchar a mis amigos. Recuerdo una especie de pinchazo en mi pantorrilla y acto seguido caí de espaldas. Lo siguiente que recuerdo…

Preferiría no recordarlo.

Estaba medio sentado, contra el tronco de un árbol, el cuerpo comenzaba a entumecérseme, pero antes noté una sensación por mi pierna. Quería pensar que eran imaginaciones mías, traté de no mirar, pero ganó la curiosidad, por desgracia. Miré y lo que vi no me gustó, como tampoco me gusta tener ese recuerdo tan vivo en mi mente. Eran dos arañas que comenzaban su andadura, una por cada una de mis piernas. No había bicho que me pudiera dar más miedo. Ya de pequeño tenía pesadillas con ellas. Incluso era incapaz de entrar a mi casa si veía que alguna lo hacía antes que yo. Ni por la tele las podía ver sin que me dieran escalofríos.

El cuerpo estaba cada vez más adormecido, notaba como me palpitaba la zona de la pantorrilla dónde había sufrido el pinchazo. Parecía que fuera a estallar en cualquier momento. Las arañas continuaban su peregrinaje por mis piernas, ya casi llegando a la cintura. Creo que hice un movimiento brusco, no sé si voluntariamente o fue algo espasmódico. Lo que sí sé es que a una de las arañas eso no le gustó y noté otro pinchazo, no fue tan potente como el primero. O quizá sí, pero mi cada vez más entumecido cuerpo lo notó con menos intensidad.

Las que seguían igual, con la misma cadencia, sin ninguna intención de parar eran las arañas. Ya habían comenzado su escalada por mi pecho. Yo ya no me podía mover. No sé si realmente notaba sus patas avanzar sobre mi cuerpo, o era el mismo pánico el que me hacía sentirlas. Pero sí que las veía, en breve iban a llegar a mi cuello, y yo no podía hacer nada por evitarlo. Entonces escuché unas voces, eran mis amigos.

     ¡David! ¿Dónde estás? —Reconocí la voz de, una preocupada, Mónica.
     ¿Hace mucho que se ha ido? —Preguntó Arsenio.
     No lo sé. Hace un buen rato.

Yo traté de darles mi localización. De decirles que se dieran prisa, que tenía dos arañas a punto de llegar a mi cabeza y no podía hacer nada por evitarlo.

     ¡Ahí está! —Dijo con cierto alivio, Braulio.
     David, menudo susto nos has dado… — Mónica también parecía aliviada, hasta que de  repente algo pareció hacerle cambiar de idea— ¿David? ¡David! No respira, ¡no respira! ¡Haced algo!
     ¿Cómo que no respira? —Se interesó Arsenio.

Esa me pareció una buena pregunta. ¿Cómo que no respiraba? ¿Eso quería decir que estaba muerto? Porque a mí no me lo parecía, desde luego. Aunque tampoco es que hubiera estado muerto antes, como para comparar. Desde luego si eso era estar muerto se parecía mucho a la vida. Y la pregunta más importante: ¿chicos? ¿Habéis visto a las arañas? ¿Sabéis si se han ido, o si por el contrario se han metido en mi ropa? Por desgracia seguía sin poder hablar.

     No tiene pulso… —Dijo un desolado Braulio
     ¿Qué? ¿De verdad está muerto? —Arsenio sonaba como aguantándose el llanto.

Luego tengo una laguna temporal. No recuerdo cómo he pasado del campo a esta habitación, con ese dichoso tubo fluorescente que no para de parpadear. No reconozco la habitación, aunque es cierto que sólo reconocería la mía. ¿Estaré en un hospital? Seguramente sí. Se habrán dado cuenta de que no estoy muerto, y me habrán traído a un hospital. Lástima que no puedo ver nada más que el techo. Sigo siendo incapaz de mover la cabeza. Y por el rabillo del ojo sólo veo algo blanco, que debe ser, supongo, la almohada o algún tipo de sábana.

Anda, mira, es la cara de mi vecino, Ander. Es un buen tipo. Siempre nos saludamos cuando nos encontramos en el rellano.

     ¡Qué lástima! Con lo buena persona que era. Siempre nos saludábamos cuando nos encontrábamos en el rellano… —Dijo Ander, con cierto aire compungido.

Es justo lo que acabo de decir yo… ¿Eh? ¿Cómo que era? ¿No lo sigo siendo?

     Siempre se van los mejores. —Ahora era la voz de mi amiga Danielle, entre sollozos— ¡Y lo joven que era!

Esto me está empezando a poner nervioso. ¿En serio estoy muerto?

     ¿Tapamos ya el ataúd? —Dijo una voz desconocida.
     Sí. Tápenlo. Llévenlo ya al tanatorio. —Esa voz la conocía, ¡era mi madre!

¡Mamá! ¡Mamá, por Dios! ¡No les dejes que me entierren! Comprobad por última vez que sigo vivo. ¡Por favor! No… ¡No! ¡La tapa no! ¿Serán capaces? Por lo visto sí. Noto como me mueven. Sigo oyendo los llantos y lamentos, no sé muy bien de quién, pero los escucho.

Algo ha pasado. Creo que me han metido ya en el coche, porque he notado una especie de aceleración. Y de repente un frenazo brusco. Oigo portazos. También oigo una especie de alboroto. ¿Qué pasa? ¡Qué pasa! ¡Que alguien me lo diga!

     ¿Qué pasa? Tenemos que llevarlo a embalsamar. —Otra voz desconocida.
     ¡No está muerto! —Era mi amigo Arsenio.
     ¿Cómo que no está muerto?
     No. No lo está.

Háganle caso a mi amigo. Él sabe que yo no me moriría sin que él lo supiera.

        Hemos ido a rezar por él al bosque, donde acampamos, y hemos encontrado unas arañas muertas en el lugar donde lo encontramos tumbado. Son arañas medusa. Una sola picadura puede hacerte entrar en un estado catatónico durante más de diez horas.
        Pero él médico…
        Se habrá equivocado. Puede ocurrir en casos así. Habrá pasado por alto las picaduras, nuestras piernas están llenas de raspaduras, causadas por matojos al andar por el bosque.

Levantan la tapa del ataúd. La luz me ciega momentáneamente.

     ¡Por Dios, está llorando! ¿Puede un muerto llorar?

Nunca me he alegrado más en mi vida de estar llorando tan desconsoladamente.

        ¡Rápido, llamad a un médico!

Un suspiro sale, por fin, de mi aún entumecida boca. Empiezo a notar las lágrimas resbalar por mi rostro. Trato de esbozar algo parecido a una sonrisa. Un hilo de voz deja salir un gracias de mi boca. 



Este texto surgió debido a una (sarcástica) sugerencia de mi hermano Diego, sobre hacer un relato en el que surgiera, de algún modo, la aracnofobia. Una fobia que ambos compartimos.

2 comentarios: