domingo, 29 de diciembre de 2013

Caso 1798/02 (Episodio 10): Un Mal Día


En entregas anteriores... (1), (2), (3), (4), (5), (6), (7), (8) y (9).




Estaba a punto de entrar en una cafetería cuando sonó el teléfono. Era Tom. Después de nuestra separación manteníamos contacto telefónico prácticamente a diario para intercambiar novedades.

- Hola Tom.
- ¿Qué tal, John? ¿Me echas de menos?
- Sí, tanto o más que a un dolor de muelas.

No engañaba a nadie. Le echaba de menos, y el a mí, pero la inercia de nuestro juego particular solía imponerse.

- Ja. Que gracioso te estás volviendo.
- He tenido un buen maestro.
- Hombre, gracias por reconocerme el mérito.
- Hablaba de Groucho Marx.
- Joder, John, estás sembrado hoy. - Dijo entre risas. - Bueno, ¿qué? ¿Cómo lo llevas por ahí?
- Mal.
- Siendo tú, lo raro habría sido lo contrario. ¿Qué pasa?
- La cosa se sigue complicando por aquí. Aun no he encontrado más T’s, pero sí más muertes.
- ¿Más T’s? ¿Qué coño te pasa? Hablas como mi hijo de ocho años.
- Estoy en un lugar público. En una cafetería de Norton.
- ¿Norton? ¿Y qué carajo haces ahí? Pensaba que seguías en Ashtown.
- Si me escucharas cuando hablo...
- Me habría pegado un tiro hace años.
- Pues mira... No habría estado mal. Estoy en Norton porque ha habido otra víctima. Ayer mismo.
- Cuéntame.
- Nada que no sepas ya. Suicidio aparente. La única novedad es que no parece que tengamos ningún amigo por aquí.
- Vaya mierda...
- Sí. Vaya mierda. ¿Qué tienes tú? - Dije mientras buscaba un lugar en la barra para poder pedir.
- Full de reyes-damas. ¿Y tú?
- Un compañero imbécil.
- Gano yo entonces... - Tom debió notar mi mirada a través del teléfono. O quizá sólo el suspiro de contar hasta diez antes de mándalo a algún sitio. El caso es que no hizo falta que le dijera nada para que me contara sus novedades. - A parte de eso, tengo unas cuantas víctimas más. Unos cuantos Theodore más. Y una pista que me parece buena. Y un dato curioso: ¿sabías que Theodore significa don de Dios?
- No, no lo sabía. Tenías razón entonces. Ganas tú. - Conseguí hacerme hueco entre dos tipos. Uno de los cuales se marchó nada más pagar su consumición. - Tú mierda es mejor que la mía.
- Sí, eso parece. Mañana salgo hacía un lugar llamado Sinker. Creo que es de ahí de dónde provienen nuestros Theodores. ¿Qué ha sido eso? - Había sido mi teléfono suplicándome una recarga de batería. - Joder, John, ¿tanto te cuesta recargar la batería cada noche?
- Anda, no me toques los cojones. Que bastante tengo yo con lo mío.
- ¿Y qué es lo tuyo?
- Una mierda de vida, con un trabajo asqueroso, con un compañero detestable... ¿Continúo?
- ¿Me estás insinuando algo?
- Sí, que a veces me gustaría desaparecer.
- Ya tendremos vacaciones, hombre.
- Desaparecer del todo, Tom. Desaparecer del todo.
- Un mal día lo tiene cualquiera, tío.
- ¿Un mal día? Mataría por un mal día. Vendería mi alma al Diablo por un mal día. Lo mío es un mal día detrás de otro. Lo mío es una mierda de vida.
- Tío, me estás asustando.
- Tranquilo. Sobreviviré. No te librarás de mi tan fácil.
- Eso espero. Anda tómate un par de copas a mi salud y ya verás cómo maña...
- ¿Tom? ¿Tom? De puta madre. Ahora se me jode el puto móvil. Si cuando yo digo que todo es una mierda...
- ¿Algún problema, amigo? - Dijo una voz contigua a mí.
- Sí, que la vida es una mierda. - Contesté yo sin mirar a mi interlocutor.
- No señor. Yo no lo creo así. Vaya que no. - Dijo la voz.
- Mejor para usted.
- También puede serlo para usted, vaya que sí. ¿Quiere que hablemos? Se me da bien escuchar a la gente, bien lo sabe Dios que sí.
- En otro momento quizá. - Dije mientras me marchaba, dándole la espalda a la voz.
- En otro momento, sí señor. Nos volveremos a ver, bien lo sabe Dios que sí.

Conseguí oír a la voz antes de abandonar la cafetería. Cuando salí tenía una sensación extraña de escalofrío. Extraña porque estaba siendo un día caluroso. Había algo en esa voz... Era una voz acogedora. Envolvente. Era una voz capaz de vender estufas en el desierto. Pero daba escalofríos. Volví a entrar. Algo me decía que tenía que conocer al dueño de esa voz. Quizá para contarle mis penas. Quizá él me las podía resolver. Tenía que conocer mejor a esa voz. Así que entré de nuevo. Pero ya no estaba allí. Donde la había dejado sólo había un maravilloso taburete de madera vacío... Algo me decía que había desaprovechado una oportunidad. No sabía muy bien de qué, pero la había desaprovechado. Volví a salir y me marché a mi motel. A descansar y a recargar mi teléfono.



Continúa aquí...


1 comentario: