viernes, 29 de noviembre de 2013

El Sobre (3ª parte de 3)

En anteriores capítulos... El sobre (parte 1) El sobre (parte 2)

Hoy... 


A la mañana siguiente fue a primera hora a apuntarse al gimnasio. Así también podía ver cómo era por dentro y de qué manera o en qué lugar podía tratar de hacerse ver. El gimnasio era como la mayoría. Una sala de musculación. Otra donde se encontraban las bicicletas estáticas y las cintas de correr. Y cuatro salas más para las clases conjuntas, según le dijo la amable señorita que le enseñó el recinto. Se marchó a casa a idear algo para la tarde. No sabía si ella iría esa tarde. Pero lo descubriría en unas horas.

Volvió a ir pronto. No tanto como la tarde anterior, pero si lo suficiente como para estar ya preparado y haciendo algo antes de que ella llegara, si es que lo hacía. Se le ocurrió llevarse una camiseta que siempre usaba para ver si alguna chica rompía el hielo. Nunca había sucedido, pero por probar… Era otro palo de ciego más. Era una camiseta de uno de sus grupos favoritos, Siniestro Total, y en la parte de atrás llevaba el lema: Los feos somos más. No es que el fuera feo. Más bien al contrario, la naturaleza le había tratado bien en su aspecto. Tenía un rostro bien proporcionado, ojos marrones y una nariz en su justa medida. De cuando en cuando se dejaba esa barba despreocupada que tantos cuidados requiere. Pelo corto, pero no tanto como para confundirlo con un militar.

Estaba situado estratégicamente en un lugar en el que podía ver la entrada. Allí apareció ella. Puntual otra vez. Debía ser un rasgo de su personalidad, pensó. Espero a ver hacia dónde iba una vez se hubo cambiado de ropa. Al parecer iba a una clase grupal. Él se agregó. Procuró ponerse delante de ella, para que viera el letrero de su espalda. Si colaba… La clase en cuestión era de Body…, algo. No sabía muy bien cómo, pero al acabar le dolían músculos que ni sabía que existían ni cómo se llamaban. Era más fácil enumerar las zonas del cuerpo que no le dolían: las uñas y el pelo. Y ocurrió.

-          ¿Sois más qué? – Sonó una voz a su espalda. Era una voz suave. Una voz a la que le comprarías un grano de arena por el precio que te pidiera. Al girarse vio que era Alicia. Trató de no parecer demasiado sorprendido.
-          ¿Perdona? – Contestó secándose el sudor y tratando de disimular que no podía ni con el peso de la toalla.
-          Los feos, sois más… ¿qué? – Le sonrió con una sonrisa capaz de parar el tráfico en una autopista.
-          Ah… En número, somos más. Así que rezad los guapos para que no nos rebelemos un día. – No podía creer que hubiera funcionado lo de la camiseta.
-          Gracias por el cumplido. La camiseta a ti tampoco te hace justicia. – Le guiñó un ojo al tiempo que le tendía la mano. – Alicia.
-          Hola Alicia, yo soy Roberto. Voy a ser original.
-          Adelante.
-          ¿Vienes mucho por aquí? – Esta vez fue él el que sonrió. La pregunta le provocó una leve risa, pero que consiguió contagiarle a Roberto.
-          No tanto como debería. Pero procuro. Sí.
-          Bueno, pues ya nos veremos mañana o cualquier otro día. – Dijo Roberto tratando de no darle más importancia al encuentro. Y se marchó.
-          Vale... – La actitud de él pareció sorprenderle, aunque no le disgustó del todo.

Siguió acudiendo al gimnasio las tardes siguientes a pesar de tener agujetas suficientes como para venderlas por ebay. Ella faltó dos días consecutivos. Pero al tercero volvió a aparecer. Se saludaron y entraron juntos a otra de las clases grupales. Esta vez era con bicicleta estática. Roberto volvió a acabar molido de la cabeza a los pies. Ella estaba perfecta.

-          Estoy muerto. – Esta vez fue él el que rompió el hielo.
-          Ya te veo, ya… – No pudo evitar mezclar las palabras con risas. El aspecto de él era grotesco.
-          Me alegra que al menos uno de los dos le vea la gracia. – Esbozó una sonrisa de complicidad.
-          Es que estás hecho un despojo, qué quieres que haga.
-          Eso, mejóralo. Pues sí que podrías hacer algo.
-          ¿Llamar a una ambulancia?
-          Mira, además de guapa graciosa. Qué bien.
-          Vale, ya paro. Dime…
-          Podías dejar que te invitara a algo… Un día de estos. – Trato de ponerle ojitos, pero seguramente parecerían los ojitos de un muerto viviente. Tardó unos segundos en contestar. Él pensó que a lo mejor se había precipitado. Pero le iba quedando cada vez menos tiempo.
-          Vale, pero no prometo que no me siga burlando de ti. ¿Tienes algo para apuntar mi número?
-          No, pero ¿qué puede haber más importante ahora que esos nueve números? – Esta frase en su cabeza sonaba mejor. A pesar de eso ella le dio su número. Se sonrieron una última vez. Cuando ella tomo rumbo a los vestuarios él corrió a la recepción a por un bolígrafo y papel para apuntar el número, rezando para que no se le entremezclaran los dígitos.

Los días pasaban inexpugnablemente. Ya era viernes. Podía haberla llamado ese mismo día, pero no quería parecer desesperado. Lo hizo al día siguiente, al mediodía. Charlaron un buen rato y al final decidieron verse esa noche. Él la llevó a cenar a un buen restaurante y después fueron a varios locales a tomar algunas copas. Ambos se divirtieron bastante. Él le habló de su trabajo en el museo y de que había dejado de trabajar porque le había tocado la lotería. Le explicó un poco como pasaba los días, sin ahondar en que la mayor parte del tiempo no hacía gran cosa. Le dijo que estaba pensando en algún negocio para montar, pero que conforme estaba la economía en estos momentos no tenía claro en qué invertir. Ella le sugirió varias ideas, la mayoría de ellas más graciosas y absurdas que realistas. También le hablo de su profesión de periodista. Se sonrojó un poco al hablar de sus méritos, más que bien ganados, y de sus premios. Ella no profundizó en lo que estaba trabajando en esos momentos, se limitó a decir: estoy en medio de algo ahora. Él tampoco quiso entrar en detalle. En el fondo no era de su incumbencia, aunque a lo mejor el saberlo sí le podía ayudar a evitar el desastre. La acompañó a su casa y se despidieron con dos besos y la promesa de volver a repetirlo.

Los siguientes días los pasaron cimentando la amistad, entre el gimnasio, las redes sociales y alguna que otra video llamada. Se siguieron contando cosas de sus respectivas vidas. Él le comentó que era hijo único, que por desgracia sus padres ya habían fallecido y que la única familia que le quedaba vivía en Denia. Que nunca había sido demasiado bueno en los estudios, más por desidia que por falta de aptitudes. Ella le contó que había tenido la suerte de poder estudiar la carrera fuera, en la Universidad de Iowa State. Que la suerte le acompañó al poder encontrar trabajo enseguida, casi nada más acabar sus estudios. Ella sí tenía hermanos, dos chicos y otra chica además de ella, siendo ella la segunda mayor. Sus padres también vivían en Alicante. También le explicó que a raíz de sus premios había tenido ofertas para irse a trabajar a Madrid, pero que ella prefería de momento seguir en su ciudad natal.

La fecha tope seguía acercándose cual torpedo a submarino. A ritmo constante y sin virar su rumbo. Tenía que lanzarse al vacío y decirle lo que ocurría, a riesgo de que ella le tomara por loco y dejara de tener contacto con él. Quedaron en casa de él un día.

-          Hola Roberto, ¿te ocurre algo? Tienes mala cara.
-          Siéntate. – Le dijo él con tono apagado.
-          Me estás asustando.
-          Bueno verás, tengo algo que contarte.

Le relató todo lo ocurrido desde el día que recibió el sobre. Su contenido. Su sorpresa al leerlo. Ella le escuchaba con cara entre asombro e incredulidad. Él, al tiempo que le iba contando todos los detalles y peripecias que había ido haciendo para conocer la verosimilitud del documento, dar con ella y demás, seguía temiendo que en cualquier momento ella se levantara y se fuera a su casa, llamara a la policía y pidiera una orden de alejamiento contra él. Al contrario, con el paso de las explicaciones y observando atentamente el sobre y su contenido ella parecía tener más interés. Quizá era el gen periodista. O instinto de supervivencia. Sea lo que sea parecía ir asimilando la información, y si no creyéndola a pies juntillas, no descartándola al menos.

-          Y hasta hoy. – Concluyó Roberto con el relato de los hechos.

Ella le miraba sin saber qué decir. Acto meritorio ya que ella era una persona que siempre tenía algo que decir, sobre cualquier tema. Aunque sólo fuera para hacer una broma. Por fin se decidió a hablar.

-          Pero… ¿por qué yo?
-          No lo sé. Sólo se me ocurre que tenga algo que ver con tu trabajo. – Le miro con gesto interrogante.
-          No te voy a decir en lo que estoy trabajando ahora. – No era una persona paranoica, a pesar de la información recibida instantes atrás. Pero si recelosa de su trabajo. Las filtraciones sólo le gustaban cuando era ella la receptora.
-          Ni yo te pido que lo hagas. Pero hay que barajar todas las posibilidades. ¿Habría otro motivo por el cual alguien quisiera matarte?

No se le ocurría motivo alguno. Se quedaron un rato más charlando. Ya de otros temas, tratando de olvidar un destino, al parecer, escrito. Al cabo de una hora se despidieron y quedaron en seguir haciendo conjeturas y tratar de trazar algún plan. Quedaba ya menos de una semana para la fecha.

En los días siguientes ambos se dieron cuenta de que a ella la seguía alguien. Eran dos personas, que ellos hubieran notado no descartaban alguna más, que se iban turnando. Pero lo que parecía claro era que la seguían. Tanto cuando iba en trasporte público como cuando lo hacía en su propio coche.

Dos días antes, al salir del gimnasio, Roberto le comunicó que tenía una idea. Podía no ser la mejor del mundo, pero era la que a él le parecía más viable. Se sentaron en la cafetería cercana al gimnasio y se la expuso. Entre ambos la fueron puliendo y al final llegaron a la conclusión de que valía la pena intentarlo.

Llegó el día en cuestión. Roberto fue andando hasta la casa de Alicia. Iba a ser él quien condujera el coche. Llamó al telefonillo y subió. Desayunaron juntos, casi sin mediar palabra. Había una calma más que tensa. De esas que se suele decir que se pueden cortar con un cuchillo.

Bajaron hasta el aparcamiento subterráneo con la esperanza de que la tensión no les siguiera. No hubo suerte. De todos modos se marcharon. Era la hora y el espectáculo debía continuar.

Como era previsible comenzó la persecución del coche. Roberto trataba, al principio, de hacer ver que no se había dado cuenta. Conducía con total normalidad. Respetando todas las normas de tráfico. Llegó el momento en que puso en marcha su plan, comenzó a correr más. A obviar los semáforos y las señales de Stop. El coche perseguidor comenzó a hacer maniobras más acechantes. Comenzó a golpearle la parte de atrás. Acto seguido se ponía a su lado como tratando de hacerle variar la ruta. Roberto les seguía el juego, aunque tratando de que no se le notase demasiado. Por fin le consiguieron hacer salir de la autovía por una salida anterior a la que le correspondía. No avanzaron ni doscientos metros cuando lo vio venir. Un camión iba a impactar contra el coche por el lateral del pasajero. Roberto se agarró todo lo fuerte que pudo al volante y gritó: ¡cuidado!

Despertó tres días después, en la UVI del Hospital General de Alicante. A su lado, sonriente, estaba Alicia. No pudo reprimir darle un beso cuando le vio abrir los ojos.

-          ¿Funcionó? – Preguntó Roberto. Las palabras estaban igual de sedadas que él.
-          ¡Funcionó! – Exclamó ella. Feliz por seguir ambos con vida. Si bien es cierto que Roberto necesitaría varios meses de recuperación, pero al menos estaba vivo. – Era una locura de plan, pero funcionó.
-          Tuvimos suerte de que nos tocaran los malos menos espabilados. – Bromeó.

El plan había sido otro palo de ciego. A Roberto se le ocurrió sacarle provecho a una muñeca que tenía, de esas de silicona que pretendían imitar de la manera más realista a una mujer. Podría decir que se la habían regalado, pero no era así. Fue uno de los caprichos que se dio cuando le tocó la lotería. Aunque sí que podía decir sin mentir que nunca le había dado ningún uso hasta aquel día. La vistieron con ropa de Alicia y le compraron una peluca pelirroja. Ella hizo las veces de acompañante de Roberto en el coche. Temían que no se lo creyeran, que en algún momento del trayecto se dieran cuenta del engaño, claro. Pero era lo mejor que habían encontrado.

Alicia, por su lado, esperó más de media hora para salir de su casa. Después de haber verificado que cualquiera de sus agresores estaba tras el coche. Tomó el autobús y se fue tranquilizando un poco al ver que a ella no parecía seguirle nadie. Si bien es cierto que su corazón apenas latía de pensar en lo que le podría pasar a Roberto. Ella llegó a su destino y entregó en persona su último artículo. Siempre lo hacía en persona. En eso sí que era, no paranoica, pero si reticente a que se lo pudieran interceptar de alguna manera. Aunque viendo la trama que había contra ella, esta vez pensaban interceptarlo a cualquier precio.

Al día siguiente, ya con protección policial, Alicia le llevó el periódico a Roberto al Hospital. A él ya lo habían sacado de Cuidados Intensivos y estaba en planta. En primera plana y como única noticia estaba el trabajo de Alicia. Había reunido pruebas y testimonios que iban a hacer caer no sólo al gobierno de España, también al de algún otro país europeo. Ambos estaban felices. Los dos habían cumplido con su trabajo. Después de tantos palos de ciego, gracias a la fortuna, o mejor dicho, gracias a Gustavo Gómez-Delvalle Mendiolagarai  y a su clarividencia, unido al ingenio de Alicia y Roberto, todo había acabado bien. 



1 comentario:

  1. Uy! qué final !
    Me gustó y no puedo dejar de decirte que me dio mucha gracia lo de la muñeca jajaj.
    Linda historia Ramón, un besote.

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