jueves, 19 de marzo de 2020

Whisky y un vaso


Una botella de whisky y un vaso. Eso era todo lo que tenía delante de él. Ni una vida entera ni zarandajas de taza de desayuno. Una botella y un vaso. Y no necesitaba más. Quizá más fuerza de voluntad. Quizá menos ganas de vivir. Quizá con estas dos cosas juntas y el dorado líquido se animaría a dejar este mundo. Pero no. No tenía vocación de suicida, solo de borracho. 

A pesar de ser temprano, el reloj aún no había cantado las 10 de la mañana, él ya llevaba un buen par de tragos. No esperaba gran cosa del día, hacía tiempo que no esperaba gran cosa, en general. A lo único que dedicaba los días últimamente era a mirar por la ventana y a caminar de la cama al sillón y viceversa. Y al whisky, a eso también, claro. Nada hacía sospechar que ese día fuera a ser diferente. 

Y sin embargo…

En lejanía se escuchó un sonoro estruendo. Hubo una intensa luz, casi cegadora. Él, que nunca fue de los más valientes, estuvo a punto de manchar los pantalones. Tembló su cuerpo entero, y sin embargo no derramó una sola gota de su vaso. Siempre ha habido prioridades.

Y después…

El silencio. El mas atronador de los silencios. No se oían sirenas de ambulancias o policía. No se escuchaban gritos despavoridos. Ni gente huyendo. Ni siquiera se escuchaba a los pájaros al esconderse. Nada. Él dejó de temblar. Apuró la copa y trató de entender lo que estaba pasando. No pudo. Si no era valiente, aún menos era listo. A pesar de ello, decidió salir a la calle a ver qué pasaba.


No fue una buena idea…

jueves, 26 de noviembre de 2015

No siempre llueve a gusto de todos (I)




Odiaba los lunes y odiaba la lluvia. Sin embargo, por algún extraño motivo, aquel lunes lluvioso no le estaba pareciendo tan malo hasta el momento. 

A media tarde había recibido una llamada para que acudiera al Savoy, el club que regentaba su jefe. No era algo habitual. Él no era del tipo de persona al que le llaman sus jefes. Ni siquiera para prescindir de sus servicios. En un negocio familiar, como era en el que él estaba trabajando, cuando querían prescindir de ti lo hacían, en el más amplio sentido de la expresión. Por eso no tenía miedo, aunque sí estaba nervioso.

Cuando llegó se encontró con la banda del local ensayando. Se sentó en un taburete y le pidió a Bob, el camarero, que le sirviera un bourbon sin hielo para amenizar la espera.

     Me encanta Night and Day… —Una voz femenina sonó a su lado. Si la voz era sensual, su propietaria lo era más. Sólo había una pega, la propietaria de la voz era Isabella Reggiani, hija del difunto capo Alfredo Reggiani.
     ¿Perdone?
     Es una de mis preferidas.
     Suena bien, sí… —Trataba de ser amable y que no se notara que ella le intimidaba.
     ¿Conoces a Cole Porter?
     ¿Juega en los Cubs?
     ¡No! ¡El compositor! —Dijo a duras penas, entre carcajadas.
     Ah… Claro, claro… —Sus palabras despejaban las mínimas dudas que podían quedar sobre su cultura musical.
     Me encantaría que Ella Fitzgerald pudiera venir al club y cantarla… —Ella hizo caso omiso de la ignorancia de él. Se mordió el labio, tratando de contener un suspiro— Bueno, no solo Night and day, claro.
     Claro… —Agregó, con la intención de seguir el hilo argumental.
     Sigues sin saber de qué te estoy hablando.
     No, señorita Reggiani, no tengo ni idea.
     Espero que en lo tuyo seas bueno, Tony.
     Eso dicen, señori…
     Vuelve a llamarme señorita Reggiani y te pateo el trasero.
     … —La miró con la cara de un cachorro que sabe que se está metiendo en un lío y busca el perdón de su ama.
     Llámame Isabella.
     Me parece bien. —Respiró como si no tuviera garantizada la siguiente.
     Pero dejemos los temas triviales. —El la observó como si supiera el significado de la palabra— Pasemos a los negocios, que es por lo que te he llamado. Tienes que hacerte cargo de Alan.

Alan era el jefe del clan irlandés. El otro negocio familiar de la ciudad. Los O’Riordan llevaban todo el contrabando de alcohol y eran los que tenían más mano con la policía, ya que muchos de ellos eran de procedencia irlandesa. Los Reggiani llevaban el juego y los clubs de alterne, y tenían untados a jueces y políticos. Hacía años que ambas familias se respetaban, no se entrometían en los negocios de la otra. Se dejaban vivir, lo cual era mucho. Fueron el padre de Isabella y el propio Alan O’Riodan los que firmaron la tregua, que ya duraba cerca de veinte años.

     ¿Alan… Alan?
     Sí.
     ¿Hacerme cargo, en plan que no le falte de nada?
     No.
     ¿No pretenderá…?
     Sí. —No hizo falta que acabara la frase.
     Pero señorita Reggiani, ¿no debería hablarlo con su tío antes? —Su tío era Valentino Reggiani, el hermano pequeño de Alfredo.
     ¿Por qué iba a hacerlo?
     Bueno, él es ahora… Él es quién da… ¿No es el capo él? —Su confusión estaba llegando al límite.
     Sí y no. —Tony se quedó mirando, a la espera de una explicación más amplia— Él es mi hombre de paja. La heredera de la familia soy yo, la única descendiente de Alfredo Reggiani. Pero ya sabes que no está bien visto que una mujer lleve esta clase de negocios. Ninguna clase de negocios, pero estos menos. Podría ser visto como una debilidad, un punto flaco por el que atacar a la familia.
     Entiendo. —Contestó él, más para tragar saliva que por hacer ver su punto de vista. Todo indicaba que estaba a punto de meterse en el mayor de los problemas. Después de todo, era lunes y llovía…
     Pero últimamente no nos están tomando en serio. Nos han subido el precio de las bebidas un 150%. Las redadas de la policía son más frecuentes. No toman en serio la figura de mi tío como jefe de la familia. Es hora de actuar, de volver a poner a los Reggiani en el lugar que merecen. El de la familia más importante a este lado del Missouri.

Tony la miraba absorto. Cómo una mujer tan bella, de una apariencia tan delicada, podía tener esa clase de ideas. Sin embargo lo que decía era cierto, y lo más importante: ¿quién era él para pensar diferente? Todo lo que tenía se lo debía a la familia. Desde pequeño había estado en la órbita de la misma. Haciendo pequeños recados para cualquiera de los miembros más bajos del escalafón. Conforme iba creciendo, también iba en aumento la responsabilidad de sus tareas. Hasta llegar a su estatus actual, como uno de los mejores matones de la familia. Y siempre, siempre, habían cuidado bien de él. Por lo tanto, si un Reggiani decía salta, él se limitaba a preguntar ¿hasta dónde?


Continuará...

domingo, 22 de noviembre de 2015

#150Palabras (Ilusiones, tiempo, labios): Llamada entrante

Anteriormente...: Uno y dos



Quise cerciorarme echando un ojo por la mirilla, a pesar de que sabía que no era necesario. Estaba en lo cierto. Por un momento tuve la esperanza de que el asunto no hubiera ido a mayores, que no se me hubiera ido de las manos, pero un rápido vistazo por la ventana me devolvió a la dura realidad. Era cierto, estaban por todas partes, lo cual me incomodaba sobre manera, ya que me sabía culpable de aquella situación. Creía haber dado con la solución en este tiempo fuera de las teclas, cambiando todos los hábitos. La marca de los folios. Volviendo a lavieja Olivetti en detrimento del ordenador…

Pero aquellos sonidos guturales, reventaron todas mis pobres ilusiones. Seguía sin saber cómo demonios se volvían mis historias en realidad, por absurda que la historia fuera. No quiero ni recordar la de aquel pato gigante que a punto estuvo de destrozar por completo la ciudad. Y ahora esto, una horda de muertos vivientes…

Afortunadamente, para mí, nadie sabía mi secreto. Y no sería yo el que lo contara, desde luego. Aunque tampoco estoy seguro de que me fueran a creer, pero no pensaba comprobarlo tampoco.

Volví a mi escritorio, me humedecí los labios con el Jim Beam y traté de continuar la historia, a ver si se me ocurría esta vez cómo deshacer el entuerto. Antes de poder teclear una sola letra sonó el  teléfono. No aparecía nombre alguno, sólo las palabras: llamada entrante, desconocido.


domingo, 15 de noviembre de 2015

#150Palabras (Encuentro, Movimiento, Folios): Seis Meses


Uno, diez, cien folios por rellenar y la mente en blanco. Eso era, junto a mi Olivetti heredada de mi tío y un vaso de Jim Beam, afición heredada de mi padre, todo lo que adornaba la escena. La música corría a cargo de Metallica, las maldiciones eran todas de mi cosecha.

Había comenzado a escribir de nuevo, después de una sequía de más de medio año, y sólo había conseguido dar a luz a unas pocas líneas. Aunque la historia parecía prometedora, tampoco era como para dar saltos de alegría. Si acaso un leve movimiento de cabeza al ritmo de la música.

Volví a releer la última línea una vez más: ¡Mierda! ¡Están por todas partes! —Vociferó la figura a alguien indeterminado, al tiempo que comenzó a correr. No había manera, parecía que el problema con las musas volvía, por muchas veces que la leyera. Quizá era por el tiempo que había estado alejado de las teclas, o porque a la mayoría de los que se lo había mostrado les había gustado y querían que la continuara, cosa que no pensaba hacer cuando llegué a esa última línea.

Entre canción y canción, que iban siendo la banda sonora de mi desesperación, pude escuchar el timbre de la puerta. Miré la hora, ¿quién podía ser? No esperaba a nadie, y un domingo no suelen trabajar los carteros comerciales…

Antes de abrir pregunté, como bien me había enseñado mi madre… y la vida, que algún encuentro desafortunado había tenido en el pasado.

     ¿Quién es?
     Aaaarggrgraggggggghhhhhhghghgaaaaa… —Sonó una voz, entre gutural y sin alma, del otro lado de la puerta.
     Vamos, no me jodas… Otra vez no… —Bufé con desgana.

Continúa aquí...